Empezar a ser libres supone desobedecer
y cuestionar lo establecido, despertar y abrir los ojos, ser
conscientes, pensar, decidir y actuar por nosotros mismos, bajo
nuestra propia responsabilidad... Todo esto está muy bien, ¡pero
también es muy duro!
Crecer, salir del cascarón, del sueño de la inconsciencia, del regazo de nuestros padres... ¡duele! En el mito bíblico se simboliza con la expulsión del paraíso donde vivíamos bajo la tutela de Dios. Dios nos expulsa como un padre que echara de su casa a un hijo rebelde, anunciándonos además toda suerte de trabajos y desdichas. Y en efecto: fuera del paraíso (de la infancia) la vida no es fácil. No solo porque tengamos que decidir y responder de todo lo que hacemos (ya no podemos echarles las “culpas” a otro). También porque, de pronto, nos encontramos a la intemperie, desnudos y solos ante un mundo desconocido, en el que andamos continuamente expuestos al error y al dolor.
Para afrontar ese miedo excesivo hay que tener valor. Y la valentía (que no es carecer de miedo, sino controlarlo para que no nos bloquee) está necesariamente ligada al conocimiento. Parece obvio que la persona que cree conocer las causas del sufrimiento al que se expone (y, por tanto, la mejor manera de evitarlo o paliarlo), se enfrentará con mayor arrojo a la situación potencialmente peligrosa. Recordad que no es lo mismo el valor que la temeridad (esta es efecto de la inconsciencia o desconocimiento, y dura lo que tarda el temerario en sufrir el primer golpe)...
De otro lado, en el mundo parece haber muchos acontecimientos que no controlamos, y cuyos efectos pueden ser fatales para nosotros (catástrofes naturales, enfermedades, accidentes...). Es por ello que a veces nos sentimos seres a merced de la suerte. Esto genera una gran inseguridad. Y a mucha gente le empuja a usar amuletos, o a rezar y confiarse a un ser supuestamente más poderoso que él...
Crecer, salir del cascarón, del sueño de la inconsciencia, del regazo de nuestros padres... ¡duele! En el mito bíblico se simboliza con la expulsión del paraíso donde vivíamos bajo la tutela de Dios. Dios nos expulsa como un padre que echara de su casa a un hijo rebelde, anunciándonos además toda suerte de trabajos y desdichas. Y en efecto: fuera del paraíso (de la infancia) la vida no es fácil. No solo porque tengamos que decidir y responder de todo lo que hacemos (ya no podemos echarles las “culpas” a otro). También porque, de pronto, nos encontramos a la intemperie, desnudos y solos ante un mundo desconocido, en el que andamos continuamente expuestos al error y al dolor.
Vivir, crecer, generan dolor y, por
tanto, miedo. El miedo es el efecto de anticipar imaginariamente el
dolor que asociamos, por experiencia (propia o ajena, real o
virtual), a la situación o suceso que tememos.
Pero aunque el miedo es muchas veces
nuestro aliado (nos advierte del peligro y nos invita a ser
precavidos), otras veces es excesivo y puede impedirnos asumir el
riesgo que supone vivir experiencia valiosas.
Para afrontar ese miedo excesivo hay que tener valor. Y la valentía (que no es carecer de miedo, sino controlarlo para que no nos bloquee) está necesariamente ligada al conocimiento. Parece obvio que la persona que cree conocer las causas del sufrimiento al que se expone (y, por tanto, la mejor manera de evitarlo o paliarlo), se enfrentará con mayor arrojo a la situación potencialmente peligrosa. Recordad que no es lo mismo el valor que la temeridad (esta es efecto de la inconsciencia o desconocimiento, y dura lo que tarda el temerario en sufrir el primer golpe)...
De otro lado, en el mundo parece haber muchos acontecimientos que no controlamos, y cuyos efectos pueden ser fatales para nosotros (catástrofes naturales, enfermedades, accidentes...). Es por ello que a veces nos sentimos seres a merced de la suerte. Esto genera una gran inseguridad. Y a mucha gente le empuja a usar amuletos, o a rezar y confiarse a un ser supuestamente más poderoso que él...
Pero también hay gente que se empeña
en conocer y descifrar las causas de lo que nos parece
“accidental” o “azaroso”, para que así deje de serlo. En
este caso, el conocimiento sería un seguro para sentirnos
más seguros y controlar mejor la inseguridad que inspira la vida...
A PENSAR: ¿Qué es para ti el
miedo? ¿Es bueno o malo tener miedo? ¿Qué tiene que ver ser sabio
con ser valiente? Muchas cosas que nos pasan parecen incontrolables.
¿Qué es mejor hacer ante ellas: rezar, llevar un amuleto, o quizás
conocerlas mejor? ¿En qué consiste, por cierto, que algo ocurra por
pura suerte o azar?
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