lunes, 7 de septiembre de 2020

Tener nuestras propias ideas

Todos los años me pregunto por qué quiero yo dar un curso de filosofía. Y también me pregunto por qué habéis de quererlo vosotros (si la filosofía fuera solo una cuestión mía o de unos pocos, como la astronomía o el rugby, no valdría mucho, ¿no?).

Pensad un momento y decidme por qué acudís al instituto, o a cualquier otro lugar que os guste más (es decir, cualquiera). ¿Por qué preferís vivir como vivís, dejándoos llevar o decidiendo hacer esto o aquello? O, sencillamente: ¿por qué vivís, para qué?.. Me apuesto mi sueldo de todo el curso a que la respuesta es esta: todo lo que hacéis (o dejáis de hacer) es... por algo que tenéis en la cabeza, es decir: por ideas. Seamos o no conscientes de ellas, sean nuestras o de otros, sean buenas o malas, tenemos la cabeza llena de ideas, y todo lo que hacemos, percibimos, sentimos, deseamos y pensamos (sobre el mundo, sobre nosotros mismos, sobre los demás...), todo-todo depende de esas ideas. Hasta respirar lo hacemos porque pensamos que mola vivir; en otro caso nos pondríamos la soga al cuello y dejaríamos de hacerlo... ¿O no?
Fotografía de Chema Madoz

Pues bien, la filosofía no es más que el deseo de hacerte consciente y dueño de tus propias ideas y, por tanto, de tu propia vida. Aquel que es consciente de las ideas que le mueven en la vida, puede criticarlas y mejorarlas (y, así, mejorar también su vida). 



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