viernes, 11 de diciembre de 2020

El aplomo del sabio.


Empezar a ser libres supone desobedecer y cuestionar lo establecido, despertar y abrir los ojos, ser conscientes, pensar, decidir y actuar por nosotros mismos, bajo nuestra propia responsabilidad... Todo esto está muy bien, ¡pero también es muy duro! 

Crecer, salir del cascarón, del sueño de la inconsciencia, del regazo de nuestros padres... ¡duele! En el mito bíblico se simboliza con la expulsión del paraíso donde vivíamos bajo la tutela de Dios. Dios nos expulsa como un padre que echara de su casa a un hijo rebelde, anunciándonos además toda suerte de trabajos y desdichas. Y en efecto: fuera del paraíso (de la infancia) la vida no es fácil. No solo porque tengamos que decidir y responder de todo lo que hacemos (ya no podemos echarles las “culpas” a otro). También porque, de pronto, nos encontramos a la intemperie, desnudos y solos ante un mundo desconocido, en el que andamos continuamente expuestos al error y al dolor. 




Vivir, crecer, generan dolor y, por tanto, miedo. El miedo es el efecto de anticipar imaginariamente el dolor que asociamos, por experiencia (propia o ajena, real o virtual), a la situación o suceso que tememos.   


Pero aunque el miedo es muchas veces nuestro aliado (nos advierte del peligro y nos invita a ser precavidos), otras veces es excesivo y puede impedirnos asumir el riesgo que supone vivir experiencia valiosas. 

Para afrontar ese miedo excesivo hay que tener valor. Y la valentía (que no es carecer de miedo, sino controlarlo para que no nos bloquee) está necesariamente ligada al conocimiento. Parece obvio que la persona que cree conocer las causas del sufrimiento al que se expone (y, por tanto, la mejor manera de evitarlo o paliarlo), se enfrentará con mayor arrojo a la situación potencialmente peligrosa. Recordad que no es lo mismo el valor que la temeridad (esta es efecto de la inconsciencia o desconocimiento, y dura lo que tarda el temerario en sufrir el primer golpe)... 




De otro lado, en el mundo parece haber muchos acontecimientos que no controlamos, y cuyos efectos pueden ser fatales para nosotros (catástrofes naturales, enfermedades, accidentes...). Es por ello que a veces nos sentimos seres a merced de la suerte. Esto genera una gran inseguridad. Y a mucha gente le empuja a usar amuletos, o a rezar y confiarse a un ser supuestamente más poderoso que él...  


Pero también hay gente que se empeña en conocer y descifrar las causas de lo que nos parece “accidental” o “azaroso”, para que así deje de serlo. En este caso, el conocimiento sería un seguro para sentirnos más seguros y controlar mejor la inseguridad que inspira la vida...



A PENSAR: ¿Qué es para ti el miedo? ¿Es bueno o malo tener miedo? ¿Qué tiene que ver ser sabio con ser valiente? Muchas cosas que nos pasan parecen incontrolables. ¿Qué es mejor hacer ante ellas: rezar, llevar un amuleto, o quizás conocerlas mejor? ¿En qué consiste, por cierto, que algo ocurra por pura suerte o azar?








miércoles, 9 de diciembre de 2020

Taller de monstruos



La falta de sentido y razón en las cosas las hace incomprensibles y extrañas, distintas a lo entrañablemente conocido y familiar. En otras palabras: las hace monstruosas... El monstruo es aquello cuya forma es tan extraña que nos resulta casi imposible identificarnos con él, y por eso nos parece una amenaza, algo totalmente opuesto a nosotros y, por tanto, terrorífico... 

Monstruoso puede ser el deforme, el engendro, el loco de imprevisible conducta...

O la propia naturaleza en su aspecto más salvaje e inhumano (un terremoto, el mar embravecido bajo la tormenta, una jungla oscura e impenetrable, o un inofensivo insecto que deja ver lo extraño de sus formas y movimientos)...
Más monstruosa aún es la conversión repentina de lo entrañable en extraño (lo que ocurre de noche bajo nuestra querida cama, el dulce pero malvado oso de peluche, el niño asesino o poseído, el rostro muerto de alguien que conocíamos, una conducta extraña, de repente, en quién menos lo esperamos...)...

Pero lo más terrible es siempre lo que, por ser tan “otro”, tan distinto y tan extraño a nosotros, es inimaginable, carece o cambia constantemente de forma (quizás lo situamos en la oscuridad, que es el reino imaginario de lo informe). Este monstruo está en todas partes y parece, por indefinible, imposible de vencer... A este monstruo, que no podemos ni nombrar, algunos le llaman "lo absurdo". Y de ello, de lo que no se puede hablar, hablaremos en próximas entradas... Pero antes, un ejercicio.


¿Será cierta esta teoría sobre lo monstruoso y terrorífico?... Me gustaría que me ayudases a ponerla a prueba. El ejercicio es el siguiente. Recuerda y cuenta tus peores pesadillas. Confiesa qué es aquello que te da más miedo. Inventa o recuerda el peor monstruo, historia o experiencia de miedo que puedas contar... Veremos entre todos si encaja o no en todo lo que hemos dicho. 


[Seria advertencia: la lectura de los comentarios de esta entrada no es recomendable para personas con problemas cardiacos o con las ideas demasiado claras acerca de

martes, 1 de diciembre de 2020

Ética para noruegos



Algunos de mis alumnos de Ética se escandalizan cuando les hablo del sistema penitenciario noruego: condenas muy breves, prisiones que parecen pueblos idílicos, presos que, además de estudiar o trabajar, esquían, pasean en bici, cocinan o usan el ordenador en espaciosas celdas individuales a las que acceden con su propia llave... Como el objetivo fundamental es la rápida reinserción de los reclusos, se les permite vivir casi como si estuvieran en libertad. Mis alumnos no dan crédito. Cuando añado que el índice de reincidencia en Noruega es el más bajo del mundo (un 20%, a diferencia de países como EEUU, donde llega al 76%), algunos se muestran indignados. «Sí –me dicen–, es posible que el sistema noruego sea más eficaz; pero no es justo». «¿Por qué? –les pregunto yo–». «Muy sencillo, profe: porque los criminales tienen que sufrir, tal como han hecho sufrir a los demás».
Estas dos ideas de justicia, la «ley del talión» que citan mis alumnos, y el principio de reinserción de las cárceles noruegas, no solo están en las antípodas en cuanto a cómo hay que responder al mal (con lo mismo –la venganza–, o con lo otro –el bien de rehabilitar al preso–), sino también en cuanto a cómo interpretar ese mismo mal.
Para tratar este asunto empecemos por un sencillo dilema. Veamos... (Para leer el artículo completo pulsar aquí).