viernes, 11 de diciembre de 2020

El aplomo del sabio.


Empezar a ser libres supone desobedecer y cuestionar lo establecido, despertar y abrir los ojos, ser conscientes, pensar, decidir y actuar por nosotros mismos, bajo nuestra propia responsabilidad... Todo esto está muy bien, ¡pero también es muy duro! 

Crecer, salir del cascarón, del sueño de la inconsciencia, del regazo de nuestros padres... ¡duele! En el mito bíblico se simboliza con la expulsión del paraíso donde vivíamos bajo la tutela de Dios. Dios nos expulsa como un padre que echara de su casa a un hijo rebelde, anunciándonos además toda suerte de trabajos y desdichas. Y en efecto: fuera del paraíso (de la infancia) la vida no es fácil. No solo porque tengamos que decidir y responder de todo lo que hacemos (ya no podemos echarles las “culpas” a otro). También porque, de pronto, nos encontramos a la intemperie, desnudos y solos ante un mundo desconocido, en el que andamos continuamente expuestos al error y al dolor. 




Vivir, crecer, generan dolor y, por tanto, miedo. El miedo es el efecto de anticipar imaginariamente el dolor que asociamos, por experiencia (propia o ajena, real o virtual), a la situación o suceso que tememos.   


Pero aunque el miedo es muchas veces nuestro aliado (nos advierte del peligro y nos invita a ser precavidos), otras veces es excesivo y puede impedirnos asumir el riesgo que supone vivir experiencia valiosas. 

Para afrontar ese miedo excesivo hay que tener valor. Y la valentía (que no es carecer de miedo, sino controlarlo para que no nos bloquee) está necesariamente ligada al conocimiento. Parece obvio que la persona que cree conocer las causas del sufrimiento al que se expone (y, por tanto, la mejor manera de evitarlo o paliarlo), se enfrentará con mayor arrojo a la situación potencialmente peligrosa. Recordad que no es lo mismo el valor que la temeridad (esta es efecto de la inconsciencia o desconocimiento, y dura lo que tarda el temerario en sufrir el primer golpe)... 




De otro lado, en el mundo parece haber muchos acontecimientos que no controlamos, y cuyos efectos pueden ser fatales para nosotros (catástrofes naturales, enfermedades, accidentes...). Es por ello que a veces nos sentimos seres a merced de la suerte. Esto genera una gran inseguridad. Y a mucha gente le empuja a usar amuletos, o a rezar y confiarse a un ser supuestamente más poderoso que él...  


Pero también hay gente que se empeña en conocer y descifrar las causas de lo que nos parece “accidental” o “azaroso”, para que así deje de serlo. En este caso, el conocimiento sería un seguro para sentirnos más seguros y controlar mejor la inseguridad que inspira la vida...



A PENSAR: ¿Qué es para ti el miedo? ¿Es bueno o malo tener miedo? ¿Qué tiene que ver ser sabio con ser valiente? Muchas cosas que nos pasan parecen incontrolables. ¿Qué es mejor hacer ante ellas: rezar, llevar un amuleto, o quizás conocerlas mejor? ¿En qué consiste, por cierto, que algo ocurra por pura suerte o azar?








miércoles, 9 de diciembre de 2020

Taller de monstruos



La falta de sentido y razón en las cosas las hace incomprensibles y extrañas, distintas a lo entrañablemente conocido y familiar. En otras palabras: las hace monstruosas... El monstruo es aquello cuya forma es tan extraña que nos resulta casi imposible identificarnos con él, y por eso nos parece una amenaza, algo totalmente opuesto a nosotros y, por tanto, terrorífico... 

Monstruoso puede ser el deforme, el engendro, el loco de imprevisible conducta...

O la propia naturaleza en su aspecto más salvaje e inhumano (un terremoto, el mar embravecido bajo la tormenta, una jungla oscura e impenetrable, o un inofensivo insecto que deja ver lo extraño de sus formas y movimientos)...
Más monstruosa aún es la conversión repentina de lo entrañable en extraño (lo que ocurre de noche bajo nuestra querida cama, el dulce pero malvado oso de peluche, el niño asesino o poseído, el rostro muerto de alguien que conocíamos, una conducta extraña, de repente, en quién menos lo esperamos...)...

Pero lo más terrible es siempre lo que, por ser tan “otro”, tan distinto y tan extraño a nosotros, es inimaginable, carece o cambia constantemente de forma (quizás lo situamos en la oscuridad, que es el reino imaginario de lo informe). Este monstruo está en todas partes y parece, por indefinible, imposible de vencer... A este monstruo, que no podemos ni nombrar, algunos le llaman "lo absurdo". Y de ello, de lo que no se puede hablar, hablaremos en próximas entradas... Pero antes, un ejercicio.


¿Será cierta esta teoría sobre lo monstruoso y terrorífico?... Me gustaría que me ayudases a ponerla a prueba. El ejercicio es el siguiente. Recuerda y cuenta tus peores pesadillas. Confiesa qué es aquello que te da más miedo. Inventa o recuerda el peor monstruo, historia o experiencia de miedo que puedas contar... Veremos entre todos si encaja o no en todo lo que hemos dicho. 


[Seria advertencia: la lectura de los comentarios de esta entrada no es recomendable para personas con problemas cardiacos o con las ideas demasiado claras acerca de

martes, 1 de diciembre de 2020

Ética para noruegos



Algunos de mis alumnos de Ética se escandalizan cuando les hablo del sistema penitenciario noruego: condenas muy breves, prisiones que parecen pueblos idílicos, presos que, además de estudiar o trabajar, esquían, pasean en bici, cocinan o usan el ordenador en espaciosas celdas individuales a las que acceden con su propia llave... Como el objetivo fundamental es la rápida reinserción de los reclusos, se les permite vivir casi como si estuvieran en libertad. Mis alumnos no dan crédito. Cuando añado que el índice de reincidencia en Noruega es el más bajo del mundo (un 20%, a diferencia de países como EEUU, donde llega al 76%), algunos se muestran indignados. «Sí –me dicen–, es posible que el sistema noruego sea más eficaz; pero no es justo». «¿Por qué? –les pregunto yo–». «Muy sencillo, profe: porque los criminales tienen que sufrir, tal como han hecho sufrir a los demás».
Estas dos ideas de justicia, la «ley del talión» que citan mis alumnos, y el principio de reinserción de las cárceles noruegas, no solo están en las antípodas en cuanto a cómo hay que responder al mal (con lo mismo –la venganza–, o con lo otro –el bien de rehabilitar al preso–), sino también en cuanto a cómo interpretar ese mismo mal.
Para tratar este asunto empecemos por un sencillo dilema. Veamos... (Para leer el artículo completo pulsar aquí). 






lunes, 30 de noviembre de 2020

¿Hay una ciencia de lo bueno, lo justo y lo bello?


¿Hay algún experimento o prueba lógica que permita decidir si el aborto o la pena de muerte son o no aceptables? ¿Podríamos demostrar científicamente que la democracia es mejor que la tiranía? ¿Podría un sabio experto dictaminar que Goya es mejor artista que Picasso?... La mayoría de la gente responde a estas preguntas con un rotundo "no". En cuestiones morales, políticas o estéticas cada cual tiene su opinión, y todas son igualmente respetables. No hay nadie que sepa más que los demás (en política, por ejemplo, cada voto individual vale lo mismo). En este sentido, algunos se quejan de que en el Instituto se den clases de ética, y que en ellas se razone acerca de lo bueno y lo malo ¡Esto no es un asunto público y racional -se dice- sino privado, subjetivo, relativo a las creencias de cada individuo y su familia! ¿Quién es nadie para decirnos lo que es bueno, justo o bello?...

Ahora bien. Si lo bueno o justo es según cada uno. ¿Podríamos objetar moralmente algo al que asesina o discrimina a las mujeres? (Para el que lo hace es algo bueno). ¿Podríamos tildar de injusto a un tirano? (Para el tirano su forma de gobernar es justa). Si lo bello es según el gusto de cada uno: ¿Podríamos decirle algo al director de un museo si sustituye los cuadros de Goya por los dibujos de su hijo pequeño? (A él le pueden parecer más bonitos los de su hijo). La respuesta parece ser: no. De hecho, ni siquiera podríamos discutir acerca de lo que es bueno, justo, etc. Pues si esas palabras significan algo diferente para cada persona, ¿cómo podríamos entendernos? Además, si todas las opiniones sobre lo bueno fueran igualmente respetables, ¿para qué discutir? Todo sería bueno para unas personas y malo para otras, luego todo sería bueno y malo a la vez. Contradictorio, pero cierto, ¿no?


¿Qué pensáis de todo esto? ¿Los asuntos morales, políticos y estéticos son irracionales y, por tanto, no cabe ningún saber racional sobre ellos (se los dejamos así a la religión o a las opiniones y emociones de cada cual)? ¿O por el contrario cabe una ciencia sobre tales asuntos, de forma que se pueda demostrar racionalmente lo que es bueno, justo y bello? Esto último es lo que pretende a veces la filosofía como saber "axiológico", es decir, cuando se vuelve "ética", "filosofía política", "estética filosófica"... ¿Tiene sentido esta pretensión de la filosofía?

Sobre el problema del relativismo moral y cultural puedes escuchar nuestros programas de radio pulsando aquí y también pulsando aquí.


domingo, 29 de noviembre de 2020

Corazón de Oro contra el Doctor Infierno. ¿Es la bondad un asunto del corazón o de la cabeza?

Dicen que los simples e inocentes (es decir, los más ignorantes) son buenos. Los niños son buenos, dicen, hasta que los estropeamos los mayores y les enseñamos lo que no deben. Los nativos de las culturas más primitivas son buenos y puros, dicen, hasta que llegan los malvados colonizadores y les corrompen. Los hombres rudos y sencillos del campo son buenos, dicen, hasta que la civilización destruye su ancestral modo de vida… Ya lo cuenta el mito de Adán y Eva (y tantos otros): el hombre es bueno hasta que, pretendiendo saber más de la cuenta, rompe el equilibrio ecológico del paraíso y hace aparecer el mal y el pecado en el mundo... Al fin y al cabo, la bondad parece que es asunto del corazón. Y el que empieza a darle demasiada importancia al saber y la inteligencia pierde ese camino al que le conducían, sin pensarlo, sus emociones más puras, y se vuelve soberbio, ambicioso y malvado, como esos diabólicos seres de los cuentos y películas que ponen su inteligencia al servicio del mal…

¿Qué dirías tú? ¿Hay que ser sabio, inteligente, culto y sofisticado para ser bueno, o basta con tener un corazón de oro? ¿Qué hay de verdad (o de mito) en eso de que el niño, o el nativo, o el hombre del campo son, por lo general, bondadosos y nobles?




ACTIVIDADES.


1. ¿Se puede ser bueno sin saber, de forma consciente, crítica y reflexiva, qué es lo bueno?
2. ¿Has oído hablar del "mito del buen salvaje"? ¿Qué opinas al respecto?
3. ¿Saber lo que es bueno para uno mismo tiene relación con conocerse bien a sí mismo?
4. ¿Hay que ser sabio para ser bueno con los demás? ¿O es más bien cuestión de tener buen corazón?
5. ¿Tiene algo que ver el hacer el bien con conocer cómo es el mundo y cómo son los demás? ¿Por qué?
6. ¿Serán las personas con conocimiento e inteligencia más propensas al mal? ¿Y eso?

martes, 17 de noviembre de 2020

¿Qué es ser libres?


Crecer, ser como los mayores, tiene relación con ser libre y autónomo. 

Pero: ¿qué es ser libre? Está claro. Hacer lo que queramos, dentro de ciertos límites, claro (no puedo crecer quince metros, por ejemplo, por mucho que quiera). Pero aunque no lo podamos todo, siempre podemos querer más de una cosa: pasear o quedarnos en casa, venir a clase o no hacerlo, obedecer o no, vivir o morir, etc. En resumen: que siempre podemos elegir. Tal vez esto sea una ilusión, como decíamos en la entrada anterior, y realmente esté todo escrito, pero ilusoriamente o no, nunca dejamos de tener la experiencia de decidir. "Estamos condenados a ser libres", decía J. P. Sartre. 

Ahora bien, la cuestión interesante en relación al asunto de la libertad no es que podamos escoger (siempre podemos), sino más bien esta: ¿por qué escogemos lo que escogemos? ¿por qué queremos más unas cosas que otras?...Es obvio que (si no estamos locos) queremos lo que es mejor para nosotros, lo bueno. ¿Pero cómo sabemos lo que es bueno y nos conviene? ¿Por qué nos lo han dicho otros (los padres, los amigos, la publicidad, los profesores, los cuentos que nos contaban de niños y que nos siguen contando de mayores...)? Todos tenemos ideas, imágenes, ensueños... acerca de lo que es guay, bueno, chachipiruli... Pero esas ideas o imágenes, ¿son nuestras? ¿Las hemos elegido conscientemente nosotros? ¿O nos las han metido a traición en la cabeza?...Quizás esté aquí el meollo del problema de la libertad. Quizás somos libres no cuando hacemos lo que queremos, sino cuando sabemos y decidimos (por nosotros mismos) qué es eso que queremos... ¿Y tú? ¿Sabes por ti mismo lo que quieres, o quieres lo que otros quieren que quieras?



ACTIVIDADES

1. ¿Hay alguna circunstancia en la vida en que no podemos escoger entre, al menos, dos opciones?
2. Un filósofo del siglo pasado (Jean Paul Sartre) dijo que “el hombre está condenado a ser libre”. ¿Qué crees que puede significar esta frase?
3. ¿Es lo mismo "ser libre" que actuar "por capricho"?
4. ¿Puede uno escoger querer lo que quiere? ¿Somos libres para escoger lo que nos gusta?
5. ¿De qué depende que nos guste lo que nos gusta?
6. Tal vez queremos o nos gusta algo porque tenemos la idea de que va a ser bueno para nosotros. Ahora bien: ¿Tenéis ideas propias acerca de lo que es bueno querer? ¿O son prestadas (de vuestros padres, amigos, profesores, libros o películas favoritas...)? ¿Cuándo diríamos que nuestras ideas son nuestras y no inculcadas por otros?
7. ¿Sabés realmente lo que TÚ quieres y por qué lo quieres?
8. Después de pensar en todo lo anterior, dí: ¿crees que las personas somos libres? ¿Y tendría algo que ver esa supuesta libertad con ser más o menos sabio?

lunes, 16 de noviembre de 2020

La Biblioteca de Babel, un cuento de Jorge Luis Borges.

¿Está todo escrito? ¿Somos realmente libres?... Leeros este cuento de Jorge Luis Borges, y me contáis. Se llama "La Biblioteca de Babel", y leyéndolo uno nunca sabe si está o no dentro del propio cuento. A ver que podéis sacar de él (si es que podéis salir, claro). Por cierto, podéis participar en una recreación de la biblioteca en http://www.matcuer.unam.mx/~aubin/babel/

La Biblioteca de Babel

El universo (que otros llaman la Biblioteca) se componte de un número indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación en el medio, cercados por barandas bajísimas. Desde cualquier hexágono se ven los pisos inferiores y superiores: interminablemente. La distribución de las galerías es invariable. Veinte anaqueles, a cinco largos anaqueles por lado, cubren todos los lados menos dos; su altura, que es la de los pisos, excede apenas la de un bibliotecario normal. Una de las caras libres da a un angosto zaguán, que desemboca en otra galería, idéntica a la primera y a todas. A izquierda y a derecha del zaguán hay dos gabinetes minúsculos. Uno permite dormir de pie; otro, satisfacer las necesidades finales. Por ahí pasa la escalera espiral, que se abisma y se eleva hacia lo remoto. En el zaguán hay un espejo, que fielmente duplica las apariencias. Los hombres suelen inferir de ese espejo que la Biblioteca no es infinita (si lo fuera realmente ¿a qué esa duplicación ilusoria?); yo prefiero soñar que las superficies bruñidas figuran y prometen el infinito... La luz procede de unas frutas esféricas que llevan el nombre de lámparas. Hay dos en cada hexágono: transversales. La luz que emiten es insuficiente, incesante.

Como todos los hombres de la Biblioteca, he viajado en mi juventud; he peregrinado en busca de un libro, acaso del catálogo de catálogos; ahora que mis ojos casi no pueden descifrar lo que escribo, me preparo a morir a unas pocas leguas del hexágono en que nací. Muerto, no faltarán manos piadosas que me tiren por la baranda; mi sepultura será el aire insondable; mi cuerpo se hundirá largamente y se corromperá y disolverá en el viento engendrado por la caída, que es infinita. Yo afirmo que la Biblioteca es interminable. Los idealistas arguyen que las salas hexagonales son una forma necesaria del espacio absoluto o, por lo menos, de nuestra intuición del espacio. Razonan que es inconcebible una sala triangular o pentagonal. (Los místicos pretenden que el éxtasis les revela una cámara circular con un gran libro circular de lomo continuo, que da toda la vuelta de las paredes; pero su testimonio es sospechoso; sus palabras, oscuras. Ese libro cíclico es Dios.) Básteme, por ahora, repetir el dictamen clásico: La Biblioteca es una esfera cuyo centro cabal es cualquier hexágono, cuya circunferencia es inaccesible.

A cada uno de los muros de cada hexágono corresponden cinco anaqueles; cada anaquel encierra treinta y dos libros de formato uniforme; cada libro es de cuatrocientas diez páginas; cada página, de cuarenta renglones; cada renglón, de unas ochenta letras de color negro. También hay letras en el dorso de cada libro; esas letras no indican o prefiguran lo que dirán las páginas. Sé que esa inconexión, alguna vez, pareció misteriosa. Antes de resumir la solución (cuyo descubrimiento, a pesar de sus trágicas proyecciones, es quizá el hecho capital de la historia) quiero rememorar algunos axiomas.

El primero: La Biblioteca existe ab alterno. De esa verdad cuyo colorario inmediato es la eternidad futura del mundo, ninguna mente razonable puede dudar. El hombre, el imperfecto bibliotecario, puede ser obra del azar o de los demiurgos malévolos; el universo, con su elegante dotación de anaqueles, de tomos enigmáticos, de infatigables escaleras para el viajero y de letrinas para el bibliotecario sentado, sólo puede ser obra de un dios. Para percibir la distancia que hay entre lo divino y lo humano, basta comparar estos rudos símbolos trémulos que mi falible mano garabatea en la tapa de un libro, con las letras orgánicas del interior: puntuales, delicadas, negrísimas, inimitablemente simétricas.

El segundo: El número de símbolos ortográficos es veinticinco. Esa comprobación permitió, hace trescientos años, formular una teoría general de la Biblioteca y resolver satisfactoriamente el problema que ninguna conjetura había descifrado: la naturaleza informe y caótica de casi todos los libros. Uno, que mi padre vio en un hexágono del circuito quince noventa y cuatro, constaba de las letras MCV perversamente repetidas desde el renglón primero hasta el último. Otro (muy consultado en esta zona) es un mero laberinto de letras, pero la página penúltima dice «Oh tiempo tus pirámides». Ya se sabe: por una línea razonable o una recta noticia hay leguas de insensatas cacofonías, de fárragos verbales y de incoherencias. (Yo sé de una región cerril cuyos bibliotecarios repudian la supersticiosa y vana costumbre de buscar sentido en los libros y la equiparan a la de buscarlo en los sueños o en las líneas caóticas de la mano... Admiten que los inventores de la escritura imitaron los veinticinco símbolos naturales, pero sostienen que esa aplicación es casual y que los libros nada significan en sí. Ese dictamen, ya veremos no es del todo falaz.)

Durante mucho tiempo se creyó que esos libros impenetrables correspondían a lenguas pretéritas o remotas. Es verdad que los hombres más antiguos, los primeros bibliotecarios, usaban un lenguaje asaz diferente del que hablamos ahora; es verdad que unas millas a la derecha la lengua es dialectal y que noventa pisos más arriba, es incomprensible. Todo eso, lo repito, es verdad, pero cuatrocientas diez páginas de inalterables MCV no pueden corresponder a ningún idioma, por dialectal o rudimentario que sea. Algunos insinuaron que cada letra podía influir en la subsiguiente y que el valor de MCV en la tercera línea de la página 71 no era el que puede tener la misma serie en otra posición de otra página, pero esa vaga tesis no prosperó. Otros pensaron en criptografías; universalmente esa conjetura ha sido aceptada, aunque no en el sentido en que la formularon sus inventores.

Hace quinientos años, el jefe de un hexágono superior dio con un libro tan confuso como los otros, pero que tenía casi dos hojas de líneas homogéneas. Mostró su hallazgo a un descifrador ambulante, que le dijo que estaban redactadas en portugués; otros le dijeron que en yiddish. Antes de un siglo pudo establecerse el idioma: un dialecto samoyedo-lituano del guaraní, con inflexiones de árabe clásico. También se descifró el contenido: nociones de análisis combinatorio, ilustradas por ejemplos de variaciones con repetición ilimitada. Esos ejemplos permitieron que un bibliotecario de genio descubriera la ley fundamental de la Biblioteca. Este pensador observó que todos los libros, por diversos que sean, constan de elementos iguales: el espacio, el punto, la coma, las veintidós letras del alfabeto. También alegó un hecho que todos los viajeros han confirmado: No hay en la vasta Biblioteca, dos libros idénticos. De esas premisas incontrovertibles dedujo que la Biblioteca es total y que sus anaqueles registran todas las posibles combinaciones de los veintitantos símbolos ortográficos (número, aunque vastísimo, no infinito) o sea todo lo que es dable expresar: en todos los idiomas. Todo: la historia minuciosa del porvenir, las autobiografías de los arcángeles, el catálogo fiel de la Biblioteca, miles y miles de catálogos falsos, la demostración de la falacia de esos catálogos, la demostración de la falacia del catálogo verdadero, el evangelio gnóstico de Basilides, el comentario de ese evangelio, el comentario del comentario de ese evangelio, la relación verídica de tu muerte, la versión de cada libro a todas las lenguas, las interpolaciones de cada libro en todos los libros, el tratado que Beda pudo escribir (y no escribió) sobre la mitología de los sajones, los libros perdidos de Tácito.

Cuando se proclamó que la Biblioteca abarcaba todos los libros, la primera impresión fue de extravagante felicidad. Todos los hombres se sintieron señores de un tesoro intacto y secreto. No había problema personal o mundial cuya elocuente solución no existiera: en algún hexágono. El universo estaba justificado, el universo bruscamente usurpó las dimensiones ilimitadas de la esperanza. En aquel tiempo se habló mucho de las Vindicaciones: libros de apología y de profecía, que para siempre vindicaban los actos de cada hombre del universo y guardaban arcanos prodigiosos para su porvenir. Miles de codiciosos abandonaron el dulce hexágono natal y se lanzaron escaleras arriba, urgidos por el vano propósito de encontrar su Vindicación. Esos peregrinos disputaban en los corredores estrechos, proferían oscuras maldiciones, se estrangulaban en las escaleras divinas, arrojaban los libros engañosos al fondo de los túneles, morían despeñados por los hombres de regiones remotas. Otros se enloquecieron... Las Vindicaciones existen (yo he visto dos que se refieren a personas del porvenir, a personas acaso no imaginarias) pero los buscadores no recordaban que la posibilidad de que un hombre encuentre la suya, o alguna pérfida variación de la suya, es computable en cero.

También se esperó entonces la aclaración de los misterios básicos de la humanidad: el origen de la Biblioteca y del tiempo. Es verosímil que esos graves misterios puedan explicarse en palabras: si no basta el lenguaje de los filósofos, la multiforme Biblioteca habrá producido el idioma inaudito que se requiere y los vocabularios y gramáticas de ese idioma. Hace ya cuatro siglos que los hombres fatigan los hexágonos... Hay buscadores oficiales, inquisidores. Yo los he visto en el desempeño de su función: llegan siempre rendidos; hablan de una escalera sin peldaños que casi los mató; hablan de galerías y de escaleras con el bibliotecario; alguna vez, toman el libro más cercano y lo hojean, en busca de palabras infames. Visiblemente, nadie espera descubrir nada.

A la desaforada esperanza, sucedió, como es natural, una depresión excesiva. La certidumbre de que algún anaquel en algún hexágono encerraba libros preciosos y de que esos libros preciosos eran inaccesibles, pareció casi intolerable. Una secta blasfema sugirió que cesaran las buscas y que todos los hombres barajaran letras y símbolos, hasta construir, mediante un improbable don del azar, esos libros canónicos. Las autoridades se vieron obligadas a promulgar órdenes severas. La secta desapareció, pero en mi niñez he visto hombres viejos que largamente se ocultaban en las letrinas, con unos discos de metal en un cubilete prohibido, y débilmente remedaban el divino desorden.

Otros, inversamente, creyeron que lo primordial era eliminar las obras inútiles. Invadían los hexágonos, exhibían credenciales no siempre falsas, hojeaban con fastidio un volumen y condenaban anaqueles enteros: a su furor higiénico, ascético, se debe la insensata perdición de millones de libros. Su nombre es execrado, pero quienes deploran los «tesoros» que su frenesí destruyó, negligen dos hechos notorios. Uno: la Biblioteca es tan enorme que toda reducción de origen humano resulta infinitesimal. Otro: cada ejemplar es único, irreemplazable, pero (como la Biblioteca es total) hay siempre varios centenares de miles de facsímiles imperfectos: de obras que no difieren sino por una letra o por una coma. Contra la opinión general, me atrevo a suponer que las consecuencias de las depredaciones cometidas por los Purificadores, han sido exageradas por el horror que esos fanáticos provocaron. Los urgía el delirio de conquistar los libros del Hexágono Carmesí: libros de formato menor que los naturales; omnipotentes, ilustrados y mágicos.




También sabemos de otra superstición de aquel tiempo: la del Hombre del Libro. En algún anaquel de algún hexágono (razonaron los hombres) debe existir un libro que sea la cifra y el compendio perfecto de todos los demás: algún bibliotecario lo ha recorrido y es análogo a un dios. En el lenguaje de esta zona persisten aún vestigios del culto de ese funcionario remoto. Muchos peregrinaron en busca de Él. Durante un siglo fatigaron en vano los más diversos rumbos. ¿Cómo localizar el venerado hexágono secreto que lo hospedaba? Alguien propuso un método regresivo: Para localizar el libro A, consultar previamente un libro B que indique el sitio de A; para localizar el libro B, consultar previamente un libro C, y así hasta lo infinito... En aventuras de ésas, he prodigado y consumido mis años. No me parece inverosímil que en algún anaquel del universo haya un libro total; ruego a los dioses ignorados que un hombre - ¡uno solo, aunque sea, hace miles de años! - lo haya examinado y leído. Si el honor y la sabiduría y la felicidad no son para mí, que sean para otros. Que el cielo exista, aunque mi lugar sea el infierno. Que yo sea ultrajado y aniquilado, pero que en un instante, en un ser, Tu enorme Biblioteca se justifique.

Afirman los impíos que el disparate es normal en la Biblioteca y que lo razonable (y aun la humilde y pura coherencia) es una casi milagrosa excepción. Hablan (lo sé) de «la Biblioteca febril, cuyos azarosos volúmenes corren el incesante albur de cambiarse en otros y que todo lo afirman, lo niegan y lo confunden como una divinidad que delira». Esas palabras que no sólo denuncian el desorden sino que lo ejemplifican también, notoriamente prueban su gusto pésimo y su desesperada ignorancia. En efecto, la Biblioteca incluye todas las estructuras verbales, todas las variaciones que permiten los veinticinco símbolos ortográficos, pero no un solo disparate absoluto. Inútil observar que el mejor volumen de los muchos hexágonos que administro se titula «Trueno peinado», y otro «El calambre de yeso» y otro «Axaxaxas mlo». Esas proposiciones, a primera vista incoherentes, sin duda son capaces de una justificación criptográfica o alegórica; esa justificación es verbal y, ex hypothesi, ya figura en la Biblioteca. No puedo combinar unos caracteres dhcmrlchtdj que la divina Biblioteca no haya previsto y que en alguna de sus lenguas secretas no encierren un terrible sentido. Nadie puede articular una sílaba que no esté llena de ternuras y de temores; que no sea en alguno de esos lenguajes el nombre poderoso de un dios. Hablar es incurrir en tautologías. Esta epístola inútil y palabrera ya existe en uno de los treinta volúmenes de los cinco anaqueles de uno de los incontables hexágonos, y también su refutación. (Un número n de lenguajes posibles usa el mismo vocabulario; en algunos, el símbolo biblioteca admite la correcta definición ubicuo y perdurable sistema de galerías hexagonales, pero biblioteca es pan o pirámide o cualquier otra cosa, y las siete palabras que la definen tienen otro valor. Tú, que me lees, ¿estás seguro de entender mi lenguaje?).

La escritura metódica me distrae de la presente condición de los hombres. La certidumbre de que todo está escrito nos anula o nos afantasma. Yo conozco distritos en que los jóvenes se prosternan ante los libros y besan con barbarie las páginas, pero no saben descifrar una sola letra. Las epidemias, las discordias heréticas, las peregrinaciones que inevitablemente degeneran en bandolerismo, han diezmado la población. Creo haber mencionado los suicidios, cada año más frecuentes. Quizá me engañen la vejez y el temor, pero sospecho que la especie humana - la única - está por extinguirse y que la Biblioteca perdurará: iluminada, solitaria, infinita, perfectamente inmóvil, armada de volúmenes preciosos, inútil, incorruptible, secreta.

Acabo de escribir infinita. No he interpolado ese adjetivo por una costumbre retórica; digo que no es ilógico pensar que el mundo es infinito. Quienes lo juzgan limitado, postulan que en lugares remotos los corredores y escaleras y hexágonos pueden inconcebiblemente cesar, lo cual es absurdo. Quienes la imaginan sin límites, olvidan que los tiene el número posible de libros. Yo me atrevo a insinuar esta solución del antiguo problema: La biblioteca es ilimitada y periódica. Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería un orden: el Orden). Mi soledad se alegra con esa elegante esperanza.

Libertad y determinismo.

PARA ESCUCHAR EL PROGRAMA DE RADIO PULSA AQUÍ

Voz en off.- año 2150 de nuestra era
Espe.- ¿Qué eso que llevas ahí, Felisa?
Felisa.- ¿Esta máquina? Yo lo llamo mi GPS
Cova.- ¿Tan desorientada andas?
Felisa.- No lo entendéis, chicas. Esto es el último avance de la ciencia: hace continuamente un escáner de mi cerebro y de mi alrededor, y calcula lo que voy a pensar, sentir y decidir dentro de un rato, o incluso de unos días. Es como ver la película de tu vida.
Cova.- ¡Como mola! ¡A ver si me lo pasas!
Espe.- Y ¿de qué te sirve?
Felisa.- ¿¡Cómo que de qué!? Si tengo que tomar una decisión chunga (ejemplo inminente: decirle al tonto de Juan Hoyo que si quiere salir conmigo), miro este cacharro y me dice lo que voy a terminar decidiendo. Así no me como la cabeza…
Covandoga.- ¿Y no se equivoca?
Felisa.- A veces falla un poco, porque no cuenta con todos los imprevistos, pero es bastante fiable, y se va perfeccionando. ¿Queréis una demostración?
Espe.- ¿Entonces, dejas que ese trasto decida todo lo que vas hacer, tú ya no tomas decisiones?
Felisa.- ¿Yo, para qué, si ya está todo escrito?
Espe.- Y ¿no puedes cambiar de parecer, aunque solo sea para llevarle la contraria a la máquina?
Felisa.- ¡Ya cuenta ella con eso, es muy lista! Y ese es el lado malo: que muchas veces, por mirarla, me dice [voz de máquina]: “Se modifica la previsión para dentro de cinco minutos”…
Espe.- Pues yo creo que ya sé lo que me diría en cuanto que la tuviese en mis manos.
Covandoga.- ¿Qué?
Espe.- Diría: (voz de maquinita) “Usted va a tomar inmediatamente la decisión de… ¡oh, no, no: DESHACERSE DE MÍ!!!”
Covandoga.- ¡Ja, ja, ja!
Felisa.- ¿Qué pasa: no te lo crees, que funciona?
Espe.- No digo que no me lo crea. Digo que… prefiero vivir la vida, más que presenciarla.





¿Somos realmente libres, o solo ocurre que ignoramos lo que está escrito que necesariamente vamos a hacer? El sentido común, y algunos filósofos, creen que sí tomamos decisiones libremente. Pero esto es muy problemático, si se piensa un poco, porque ¿cómo una mente, o un cerebro, podría cambiar el curso natural de los acontecimientos?

Por eso, otros filósofos niegan la libertad. Antiguamente se creía más en un determinismo divino (todo lo mueven los hilos de la Parca); pero hoy es más corriente el determinismo materialista, que dice que, puesto que todos nuestros movimientos están regidos por leyes mecánicas, la libertad es una ilusión. Ni siquiera sirve de escapatoria el hecho de que la física actual no sea completamente determinista, sino probabilista, porque, ¿cómo podría colarse la libertad en esa probabilidad?

Hay, por fin, otros filósofos, llamados compatibilistas, que piensan no hay auténtica contradicción entre libertad y determinismo: sencillamente se trataría de dos niveles paralelos de sucesos. Lo que, a nivel micro-físico, sería totalmente mecánico, a nivel psicológico sucede como libre decisión. Pero ¿podemos hablar de una decisión libre si un físico podría predecir lo que va a hacer?



¿Qué piensas tú? ¿Eres libre para pensarlo?
 
 
Pero, antes algunos vídeos para entender un poco mejor este asunto.
 
 
 

domingo, 15 de noviembre de 2020

¿Es mejor ser un deportista, un emprendedor... o un filósofo?


Contaban los viejos filósofos pitagóricos que hay tres tipos de personas que van al Estadio olímpico. Los atletas que van a competir. Los comerciantes que van a hacer negocio. Y los simples espectadores. ¿Cuál de estas tres actividades –se preguntaba— representa mayor “dignidad” humana? O, en otros términos: ¿cuál nos “realiza” mejor como humanos? Pensemos en el atleta. Su objetivo es saltar cada vez un poco más, o correr un poco más rápido. Se podría decir que su “vocación” consiste en parecerse a un canguro o a un leopardo más que a un hombre. En cuanto al negociante, su conducta está guiada por el principio de economía: lograr el máximo beneficio material al menor coste posible, exactamente igual que un animal (que solo hace aquello que le reporta beneficios tangibles). 

Tan solo el espectador, decía el filósofo, hace algo específicamente humano: contemplar el mundo, aunque no obtenga ningún beneficio contable de ello. El hombre es el único animal capaz, por ejemplo, de pasar las noches contemplando las estrellas, aunque no tenga ningún interés práctico en ellas, por pura admiración y afán de entender lo que ve. Y esta actividad puramente contemplativa o teórica es, justamente, lo que caracteriza a la filosofía. 

Así, la moraleja del cuento es que la filosofía es la actividad más específica del ser humano y, por tanto, la que más desarrolla o realiza nuestra humanidad. Y sin embargo, casi nadie se acuerda de ella cuando se habla de educación. Y sí, desde luego, del deporte o de la habilidad para los negocios. ¿No es esto un inmenso error? ¿O el error está en dedicarse a pensar en lugar de hacer cosas útiles? Ahora bien: ¿qué es realmente lo útil? ¿Seguimos pensándolo? (¿O mejor ver un partido de fútbol, o repasar las cotizaciones bursátiles?)

Para escuchar la versión radiofónica de este cuento pulsad aquí. 






sábado, 14 de noviembre de 2020

La píldora de la felicidad.




Imaginaos que soy el distribuidor de un nuevo medicamento (aún por legalizar, por lo que habría que llamarlo más bien droga) realmente alucinante, al que llamaré de momento "felicitina". Esta milagrosa sustancia se introduce en el cerebro de quien la toma, descubre allí lo que realmente le hace feliz y produce a continuación una alucinación en la que sucede todo lo que desea. Esta alucinación es perfecta, indistinguible de la vida real, como uno de esos sueños maravillosos de los que nos cuesta trabajo despertar. La píldora no produce efectos secundarios nocivos y es, de momento, gratuíta. Vuestro cuerpo permanecería sano y cuidado en una cámara de congelación. Y para vuestros padres y amigos crearíamos un clon idéntico a vosotros para que no os echaran de menos. 

Podéis probar con una primera dosis, cuyos efectos duran 24 horas. La segunda dosis tiene efectos para toda la vida. Y lo mejor: una vez que toméis la segunda dosis: ¡no vais a acordaros jamás de que habéis tomado la píldora y de que vuestra vida de ensueño no es más que una alucinación!... Pues bien (suponed que estáis completamente seguros de que la pastilla funciona y de que es verdad todo lo que os he dicho) ¿LA TOMARÍAIS O NO? (Y POR QUÉ)...
Para convenceros del todo podéis escuchar este programa de radio

¡¡¡¡Los diez primeros compradores recibirán de de regalo un lote de películas!!!!*
* Las películas son: "Un mundo feliz" y "Matrix". Esta promoción está sujeta a que se consuma primero la píldora y solo se hará realidad en el mundo virtual. 


jueves, 12 de noviembre de 2020

Si los tontos son más felices... ¿Para qué venir a clase?


Filosofía” significa en griego “amigo o amante de la sabiduría”. El “filósofo” es el que “ama el saber”, el que “busca la sabiduría”. Ahora bien, ¿nos conviene este amor?, ¿es bueno esto de querer saber?... Algunas filosofías y doctrinas religiosas piensan que el hombre en “estado natural” (como un animal o un niño) es ignorante, bueno y feliz, y que es la educación lo que le corrompe, volviéndolo malo e infeliz. ¿Será esto cierto? ¿Es mejor no saber demasiado? ¿Son más felices los animales, o los niños, o los tontos, que nosotros? ¿No será mejor no venir a clase (o venir, a lo sumo, para aprender algún oficio con que ganarnos la vida y ya está)? Tal vez, las asignaturas más teóricas que dais en el instituto habría que suprimirlas (sobre todo la filosofía, que es la más teórica de todas). Al fin y al cabo, ¿para qué sirven realmente? Para nada. Si queremos ser felices lo mejor es no pensar ni saber demasiado (ser, algo así, como Homer Simpson: cuanto más tonto e inocente, mejor)... ¿O no? Por si las dudas, afilad el lápiz que traeis a clase. Si durante estos días nos convencemos de que es mejor aprender y ser sabio, lo utilizaremos para tomar notas. Pero si de lo que nos convencemos es de que, en efecto, la ignorancia es la llave de la felicidad, utilizaremos ese lápiz para otra cosa bien distinta... ¡Para esto! (Mirad el video)
Ahora contesta: ¿qué debemos hacer para ser felices: buscar el conocimiento, como Lisa Simpson, o ser cuanto más ignorantes mejor, como Homer? Y si contestas que es mejor ser como Homer, responde lo siguiente: ¿para qué habría de servir, entonces, venir a clase y educarse?...

domingo, 1 de noviembre de 2020

Lo que le dijo a Eva la malvada serpiente...

He aquí una nueva versión del famoso mito del génesis. Para sorpresa de los teólogos es una versión dramatizada. Esta traducido del paradisiés, un lenguaje de gruñidos y silbidos que según se cree se hablaba en el paraíso original...

Eva.- (Se refriega los ojos soñolienta) Bueeeno, pues un día más siendo feliz junto al oso panda y estos leones hambrientos tan graciosos. Adán seguramente habrá ido a retozar por la hierba y a que los buitres le rasquen la barriga...
La serpiente (que baja desde la rama de un árbol).- Buenos días Eva. Te veo muy bien.
Eva.- Natural...Esto es el paraíso, chica. Por cierto, no te habían prohibido acercarte por aquí.
La serpiente.- Sí, en este paraíso abundan las prohibiciones por lo que parece...
Eva.- ¿Por qué lo dices?
Serpiente.- ¡Jo, todo el mundo lo comenta! El Viejo os ha prohibido comer del árbol de la sabiduría...
Eva.- Ah, sí. Ya no me acordaba... Es la ventaja de ser como un niño. Se te olvidan en seguida las rabietas. ¿Y qué más se comenta de nosotros?
Serpiente.- Ja, ja. ¿De verdad quieres saberlo?
Eva.- ¿Eh? Bueno, yo... No debería... Pero ¡qué demonios! Me muero de ganas. Cuéntame antes de que vuelva Adán, que es un histérico con eso de la ley y el orden.
Serpiente.- Pues mira hija, la verdad es que no se dicen cosas muy buenas. Que mucho ser los reyes de la creación, pero que luego no tenéis personalidad ninguna. Que para qué tanto estar hechos a Su imagen y semejanza si no podéis hacer lo que hace Él y comer del árbol que os de la gana...
Eva.- Pero es que está totalmente prohibido comer del árbol del conocimiento.
Serpiente.- Sí, ya sé. Él os dicta lo que está prohibido, sin una sola explicación, y vosotros agacháis la cabeza y obedecéis. ¡Menudos reyes estáis hechos! Os trata como a niños de teta...
Eva.- Eso de saber debe ser muy malo, por eso Papá nos lo prohíbe. El sabe lo que nos conviene.
Serpiente.- ¿Y cómo sabes que saber es malo? ¿Lo has probado?
Eva.- No, pero me fío de Él. Tengo fe. ¡Es Dios, tía!
Serpiente.- Claro, y yo el diablo, no te fastidia. ¡Él que va a decir!... (Sibilinamente y en voz baja) ¿Y no te gustaría, Eva querida, saber qué efectos tiene comer del fruto prohibido?
Eva.- Eh... bueno. Aunque no sé si debería...
Serpiente.- Ja, ja, ja (ríe diabólicamente durante un buen rato). Para tener tanta fe quieres saber un montón de cosas hoy, ¿eh?
Eva.- ¡Venga, dilo ya, antes de que me arrepienta!
Serpiente.- (En susurros) El Viejo sabe que si coméis del fruto podréis ser, de verdad, como Él, sabios y poderosos. Y me temo que no le gusta la competencia...
Eva.- ¡Dios mío, no me lo puedo creer!
Serpiente.- ¿Cómo que no? ¡Te crees cosas mucho menos lógicas a lo largo del día gracias a tu famosa fe!
Eva.- (Que se ha quedado muda y pálida unos instantes, mira fijamente a la serpiente y le pregunta casi tartamudeando): ¿De verdad crees que podríamos ser como dioses?
Serpiente.- Ja, ja, ja... Mira, háblalo con Adán y llámame luego. Ya sabes mi móvil: 666...


Intenta ahora responder a estas preguntas...
1. ¿Es común a las religiones culpabilizar el saber? ¿Por qué?
2. ¿Puede un Dios (un padre, un gobernante, un profesor...) permitir que sus criaturas (sus hijos, sus súbditos, sus alumnos...) se le igualen? ¿No nos han hecho a su imagen y semejanza? ¿No quieren acaso lo mejor para nosotros?
3. ¿Por cierto, qué simboliza realmente la serpiente? ¿Un diabólico dragón o demonio? ¿Un príncipe que nos despierta del sueño (de la inconsciencia) de la infancia? ¿Una de esas “malas compañías” (temidas por nuestros padres) que nos “corrompen” al mismo tiempo que nos empujan a crecer? ¿O qué?
4. ¿Por qué crees que cuando nos prohíben algo nos entran tantas ganas de hacerlo?

jueves, 29 de octubre de 2020

El mito del nacimiento del Amor.



Cuentan que Platón cuenta, en su cuento titulado "El Banquete", como una panda de amigos, durante un banquete bien provisto de vino y alegría, comenzaron a discutir sobre ese tremendo demonio que es el amor. De todo lo que allí contaron os extraigo el cuento que Socratés contó sobre el nacimiento de Eros, el dios del Amor...

"(...) Cuando nació Afrodita (diosa de la belleza), los dioses celebraron un banquete y, entre otros, estaba también Poros (dios de la abundancia),el hijo de Metis (diosa de la prudencia). Después que terminaron de comer, vino a mendigar Penía (diosa de la pobreza), como era de esperar en una ocasión festiva, y se quedo cerca de la puerta. Mientras, Poros, embriagado de néctar -pues aún no había vino-, entró en el jardín de Zeus y, entorpecido por la embriaguez, se durmió. Entonces Penía, maquinando, impulsada por su carencia de recursos, hacerse un hijo de Poros, se acostó a su lado y concibió a Eros. Por esta razón es Eros, por una parte, acompañante y escudero de Afrodita, al ser engendrado en la fiesta del nacimiento de la diosa y es por naturaleza un amante de lo bello. Siendo hijo, pues, de Poros y Penía, Eros se ha quedado con las siguientes características. En primer lugar, es siempre pobre, y lejos de ser delicado y bello, como cree la mayoría, es,más bien, duro y seco, descalzo y sin casa, duerme siempre en el suelo y descubierto,se acuesta a la intemperie en las puertas y al borde de los caminos, compañero siempre inseparable de la indigencia por tener la naturaleza de su madre. Pero, por otra parte, de acuerdo con la naturaleza de su padre, está al acecho de lo bello y de lo bueno; es valiente, audaz y activo, buen cazador, siempre urdiendo alguna trama, ávido de sabiduría y rico en recursos, un amante del conocimiento a lo largo de toda su vida, un formidable mago, hechicero y hábil con las palabras. No es por naturaleza ni inmortal ni mortal, sino que en el mismo día unas veces florece y vive, cuando está en la abundancia, y otras muere, pero recobra la vida de nuevo gracias a la naturaleza de su padre. Mas lo que consigue siempre se le escapa, de suerte que Eros nunca ni está falto de recursos ni es rico, y está, además,en el medio de la sabiduría y la ignorancia (...)"


¿Qué creeis que nos quiere decir Sócrates con este mito? ¿Qué significa que el amor o el deseo (Eros) sea hijo, a la vez, de la carencia y la abundancia, de la indigencia y la riqueza, de la ignorancia y la sabiduría...? ¿Tiene algo que ver este mito con lo que vosotros pensáis que es el amor?...





Aquí tenéis mi interpretación del cuento. Pero es solo la mía. Y aquí, su versión radiofónica.

domingo, 25 de octubre de 2020

El ser humano es "el animal insatisfecho"... ¿O no os satisface esta definición?



NO DECÍA PALABRAS (LUIS CERNUDA)





No decía palabras,
acercaba tan sólo un cuerpo interrogante,
porque ignoraba que el deseo es una pregunta
cuya respuesta no existe,
una hoja cuya rama no existe,
un mundo cuyo cielo no existe.
La angustia se abre paso entre los huesos,
remonta por las venas
hasta abrirse en la piel,
surtidores de sueño
hechos carne en interrogación vuelta a las nubes.
Un roce al paso,
una mirada fugaz entre las sombras,
bastan para que el cuerpo se abra en dos,
ávido de recibir en sí mismo
otro cuerpo que sueñe;
mitad y mitad, sueño y sueño, carne y carne,
iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo.
Auque sólo sea una esperanza
porque el deseo es pregunta cuya respuesta nadie sabe.




LUCÍA (JOAN MANUEL SERRAT)







SATISFACTION (ROLLING STONES)





¿Qué crees que quiere decirnos el poeta Luis Cernuda con el poema que has leído? Otro escritor, Oscar Wilde, escribió esta frase: "Cuando los dioses quieren castigar a los hombres les conceden lo que desean". ¿Qué crees que quiso decir con ella? 


martes, 6 de octubre de 2020

Dudo luego filosofo...

 

Otro rasgo típico de los filósofos es la desconfianza. ¿Qué hay de verdadero en lo que nos dicen (incluyendo lo que no dicen los filósofos o los científicos)? ¿Cómo podemos estar seguros de lo que creemos? 

Todos tenemos la experiencia de equivocarnos, es decir, de creer algo que, según descubrimos luego, no corresponde con la realidad. 

Por otra parte, nuestra mente es una máquina de generar creencias o representaciones (percepciones, imágenes, sueños, pensamientos...), a menudo distintas y contrapuestas. ¿Cuáles serán correctas o verdaderas?... 

Solo los animales y los ingenuos confunden el mundo con lo que creen que es el mundo. A los demás nos corroen las dudas. ¿Hay alguna certeza absoluta? A lo más, la certeza de la propia duda (siempre dudamos, por tanto nuestra duda y nuestra mente si que son ciertas, pensaban San Agustín o Descartes). De todo lo demás, solo sabemos que no sabemos nada (nada seguro). 






Ahora bien, nadie puede vivir en la inopia permanente. La experiencia (del error y la duda) es también la madre de la filosofía y la ciencia. El hombre es desconfiado, duda de las apariencias, de lo que le parece a él o a los demás que son las cosas, pero por eso mismo pregunta, razona y construye teorías sobre lo que podrían ser realmente (teorías que son, de nuevo, una y otra vez, puestas en cuestión). El filósofo no es más que la versión extrema de esta actitud de desconfianza. Se lo cuestiona constantemente todo, y de todo pide explicación. De ahí, quizás, su extravagancia, y su impertinencia...

 


A PENSAR: ¿De qué estas tú absolutamente seguro (de forma que sea imposible ponerlo en duda)? ¿De qué forma podríamos establecer, con toda fiabilidad, que algo que se dice o que pensamos es cierto? “Dudo, luego existo” ¿Cómo se llega a esta extraña conclusión? ¿Por que se dice que los filósofos son "extravagantes" e "impertinentes"?



domingo, 27 de septiembre de 2020

La caverna de Platón



Imagina, dice Platón, unos hombres prisioneros desde niños en una oscura caverna. En ella viven atados de tal modo que sólo pueden mirar hacia la pared del fondo. Detrás de ellos se encuentra un pequeño muro y detrás de él, sin que los prisioneros puedan verlos, pasan unos extraños hombres hablando entre sí y portando objetos con figuras de cosas, hombres y animales; un poco más allá de ellos hay una hoguera. La luz de la hoguera ilumina a esos extraños seres y sus objetos de manera que la sombra de tales objetos se proyecta en el fondo de la cueva. ¿Qué será el mundo (pregunta Platón) para los prisioneros? Ellos creerán, sin duda, que la realidad serán esas sombras, así como los ecos de las voces de los portadores...

¿Pero qué pasaría si liberáramos a uno de esos prisioneros? Se quedaría asombrado al comprobar que lo que creía que era el mundo no era más que la sombra de cosas y seres que desconocía. Y si lograra salir de la cueva y ver, no objetos que figuran otras cosas, sino las mismas cosas iluminadas por el sol, se sorprendería aún más, pues comprendería que los objetos y sombras de la caverna no son sino copias de las cosas, aún más reales, que existen fuera. Mientras se acostumbrase a la luz solar, el prisionero tendría que mirar estas cosas reales en sus reflejos en el agua y otras superficies, pero más tarde podría mirarlas directamente, e incluso percatarse de que es el sol el que permite admirarlas a todas. 

Imaginaos que este hombre quisiera volver a la caverna a contarle a sus compañeros todo lo que ha visto. Al principio, y mientras se acostumbrara de nuevo a la oscuridad, se comportaría torpemente y sería el hazmerreir de todos. Pero cuando contara a los demás lo que ha visto fuera, sería aún peor: lo tomarían por loco e incluso algunos lo amenazarían de muerte. 

 


Esto es, en esencia, el contenido del mito. ¿Qué creéis que nos quiere decir? ¿Qué es lo que más os ha llamado la atención en él? ¿Creéis que nos revela algo importante? ¿Tiene algo que ver con vuestra vida cotidiana, o con lo que hacéis todos los días aquí en clase?

Por cierto, pulsando AQUÍ podéis escuchar el mito en nuestra versión radiofónica.

Y aquí, la presentación de clase



Y aquí nueve películas relacionadas con el mito de la caverna

martes, 22 de septiembre de 2020

La reflexión y el diálogo. ¿Cómo no ser un idiota?

 

La filosofía no es más que el deseo de hacerte consciente y dueño de tus propias ideas y, por tanto, de tu propia vida. ¿No es eso ser libre? Además, aquel que es consciente de las ideas que le mueven en la vida, puede criticarlas y mejorarlas y, así, hacer también de su vida algo mejor. ¿Y no tiene algo que ver la felicidad con esto?

Bien, supongamos que queremos ser más conscientes y críticos con nuestras ideas. ¿Cómo se hace? Fácil (¿fácil?): a través de la reflexión. ¿De la qué? La reflexión es algo así como obtener un "reflejo" de las ideas que tenemos en la cabeza; como ponerlas "frente a un espejo". Es... pensar en lo que pensamos. 

La reflexión puede ser "interna", cuando me giro hacia mi mismo y pienso y hablo o dialogo conmigo mismo, para hacerme cargo de las ideas que tengo, o "externa", que es cuando nos "flexionamos" hacia fuera, saliendo un poco de nosotros mismos (de nuestras ideas) para así hacernos una idea objetiva de las ideas de los demás y comprenderlos mejor. 

Ambas cosas: pensamiento y diálogo (o diálogo interno y externo), deben complementarse. Un diálogo sin pensamiento (sin pensar lo que se oye ni lo que se va a decir) puede llegar a ser un simple parloteo, un hablar por hablar. Y un pensamiento sin diálogo (sin contrastar nuestras ideas con las de los demás) nos puede convertir en un auténtico idiota. 

El idiota (del griego "idiotés", que significa "el que solo se ocupa de sí mismo") es el que no quiere saber nada con nadie, porque cree que sus ideas son las ideas (es decir, el que se cree sabio). Pero esto suele ser falso. Ni nuestras ideas son nuestras (como ya dijimos, casi siempre las hemos aprendido de otros), ni son más que verdades a medias (y eso en el mejor de los casos). Para que sean mejores (y nosotros seamos mejores gracias a ellas) conviene verlas y buscarlas como piezas de un puzle que solo podemos completar con las ideas de los otros, esas a las que nos asomamos cuando hablamos con ellos, a través del diálogo. Tal vez  completando ese puzle podamos estar cada vez más cerca de la verdad. Lo opuesto a la idiota es el filósofo, que es el que busca la verdad, porque sabe que no la tiene, esto es, porque se reconoce ignorante. "Solo sé que no sé nada", decía Sócrates, y con esto empezaba a saber ya algo...

Dejar de ser un idiota (ese es el objetivo de la filosofía) tiene que ver, pues, con buscarnos en el espejo y el eco de los demás. Los demás, los otros, son... las ideas que no tenemos. Por eso es tan importante el diálogo, la comunicación, el amor, es decir, el deseo de comprender a los demás (de comprender sus ideas) y de compartir con ellos nuestros pensamientos. Comprender (escuchar, leer...) a los demás, y comunicarnos con ellos (hablar, escribir...), es como abrazarlos en esa parte suya que no se ve ni se toca, en la más íntima, allí donde están de verdad y de donde proviene toda su vida, en... sus ideas.